Las cuevas del Monte Castillo, situadas en Puente Viesgo, es un conjunto de cuatro cavidades con arte rupestre paleolítico, declaradas Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO en 2008. De las cuatro, dos están abiertas al público: El Castillo y Las Monedas.
VÍDEO DE PRESENTACIÓN DE LAS CUEVAS DE «EL CASTILLO» Y «LAS MONEDAS»
Si desea comprar la entrada por internet para las dos cuevas, los intervalos entre los inicios de cada visita deben ser de, al menos, 60 minutos de diferencia. Recuerde estar en la taquilla, situada en el Centro de Arte Rupestre de Cantabria, al menos 40 minutos antes del inicio de la primera visita para obtener los tickets de una o ambas cuevas.
Al borde del río Pas y a su paso por Puente Viesgo, se alza el Monte Castillo, una elevación caliza de forma cónica que esconde en su interior un intrincado laberinto de cuevas frecuentadas por el hombre durante al menos los últimos 150.000 años.
Entre esas cuevas, cinco de ellas con manifestaciones rupestres paleolíticas, destaca la de El Castillo, descubierta por Hermilio Alcalde del Río en 1903, y objeto de numerosos trabajos arqueológicos, cuyos resultados son referentes científicos para la comprensión del desarrollo y comportamiento humano durante la Prehistoria en el sudoeste de Europa.
Su depósito estratigráfico, de unos 20 metros de potencia está situado en la zona exterior a modo de abrigo, y contiene evidencias de ocupación humana. Gracias a su registro arqueológico es posible tener un conocimiento de las condiciones ambientales, de la flora y fauna, de la anatomía humana, del desarrollo tecnológico, de las actividades económicas y del comportamiento social y simbólico de los últimos 150.000 años. Del Homo neandertal y del Homo sapiens, de periodos glaciares e interglaciares, de fauna fría y fauna templada, de la organización de la caza, de la planificación en la explotación y el uso de los recursos naturales, de los procesos técnicos del trabajo del hueso, la piedra y el asta, de los adornos como elementos decorativos y de uso social, de los soportes decorados como formas de expresión artística y de cohesión social, y de un largo etcétera, hablan sus sedimentos y los materiales que en ellos se encuentran.
El interior de la cavidad contiene uno de los conjuntos más singulares e importantes de la Prehistoria europea, un referente para la Historia. Sus más de 275 figuras, todas ellas correspondientes a los albores de la presencia del Homo sapiens en Europa, representan un paseo subterráneo por los orígenes del pensamiento simbólico, la mente abstracta y la expresión artística.
En las paredes de los casi 275 metros que el visitante recorre, se encuentran repartidas la mayor parte de las representaciones, ejemplificándose las técnicas, los temas y los recursos gráficos que los artistas del Paleolítico superior utilizaron para expresar parte de su mentalidad. En la actualidad esta cueva posee el arte paleolítico más antiguo del mundo de al menos 40 800 años de antigüedad.
Caballos, bisontes, ciervas, uros, ciervos, cabras, un mamut, etc., forman el elenco figurativo animal, un bestiario variado que representa una parte de los animales que cohabitaron con el hombre. Las referencias a la figura humana son numerosas pero abreviadas, expresadas mediante la mano, un motivo especial en esta cueva debido a su elevado número; más de 50. Los signos, formas geométricas o abstracciones, son abundantes. Destacan las llamadas nubes de puntos y las formas rectangulares, muchas de ellas complejas en su composición debido a las segmentaciones y los rellenos internos.
Dibujos y pinturas en rojo, negro o amarillo (cuyo colorante se aplicó a través de diferentes técnicas: lapicero, pincel, dedo, o aerógrafo, entre otros), grabados (en sus diferentes versiones, atendiendo a las características de los surcos) y al menos dos esculturas simples asociadas a la pintura, muestran un diverso elenco técnico.
El Monte Castillo se localiza en el Monte Dobra, una unidad fisiográfica inscrita en la Franja Cabalgante del Escudo de Cabuérniga. Es uno de los emplazamientos con mayor número de cuevas con arte rupestre paleolítico. Éstas se localizan en la ladera SO del monte, a 190 m.s.n.m.
Su emplazamiento está directamente vinculado al hito que representa la elevación cónica del Monte Castillo, un referente geográfico para las poblaciones prehistóricas que contiene importantes cavidades con evidencias de ocupación humana que se inicia hace unos 150.000 años y alcanza hasta la Edad Media.
Un emplazamiento excepcional, en el núcleo de la Región Cantábrica, para las poblaciones que habitaron el territorio durante la Prehistoria. Desde él se domina el valle del Pas y se tiene un acceso rápido al fondo del valle, siendo un lugar de alto valor estratégico y económico cuyo entorno ecológico dispuso una variedad de biotopos y, en consecuencia, de recursos naturales.
Del conjunto de cavidades hoy conocidas destacan cinco por contener evidencias de la actividad gráfica y simbólica de los grupos humanos que habitaron Europa hace entre 38.000 y 11.000 años. La más destacada es la cueva de El Castillo. Otras cuatro, Las Monedas, Las Chimeneas, La Pasiega y La Cantera, completan el excepcional conjunto de cuevas con arte rupestre paleolítico.
La importancia arqueológica del Monte Castillo se concreta en:
La cueva de El Castillo, con su contenido arqueológico, participa activamente y de modo destacado en dotar de relevancia al conjunto arqueológico del Monte Castillo.
En julio de 2008 ha sido incluida en la lista de Patrimonio Mundial de la UNESCO.
Las rocas carbonáticas que la forman son de las más antiguas de Cantabria, desarrolladas en un ambiente marino hace unos 300 millones de años.
El desarrollo de la cueva es de unos 400 m y se articula en diferentes espacios a modo de salas, corredores, galerías y rotondas. En general son espacios amplios, accesibles y de fácil tránsito, no siendo muy numerosas las evidencias gráficas que se localizan en espacios angostos y de acceso complejo.
La cavidad se inicia con un amplio vestíbulo (sector I) donde se conserva el importante depósito arqueo-sedimentario que alberga los principales restos materiales de las ocupaciones humanas. Tras él se desarrolla propiamente el espacio subterráneo y de penumbra que se inicia con una gran sala (sector II) desde la que se accede, por el E, a un corredor circular o rotonda (sector III, también llamado “Entrada Gravetiense”) de techo bajo, que se sitúa parcialmente por debajo de las escaleras de acceso y que conecta con el sector V.
Al fondo del sector II, y frente a las escaleras de entrada, se diferencia otra amplia sala (sector IV) que acaba tras unos 25 metros de desarrollo. Al N del sector II se encuentra un sector (V) muy amplio a modo de gran sala que hay que transitarlo de nuevo de manera circular, debido a que desprendimientos de bloques de la bóveda y grandes formaciones espeleogenéticas articulan el espacio. Este sector V continua, por el N, en el llamado “Panel de las Manos”, por un corredor estrecho y bajo (sector VI) que se prolonga hasta el sector XI; en la actualidad el paso es transitable debido a que se desobstruyó en los años 50 del siglo pasado, si bien parte del año está inundado.
Al S del sector V se inicia el sector VII, una sala de dimensiones medias y con muestras de grandes formaciones algunas de ellas desprendidas de la bóveda, que por el E da acceso a una rampa ascendente (sector VIII) que conecta con el sector II. Al W del sector VII arranca, tras pasar en la actualidad por debajo de una plancha estalagmítica, el sector IX, y que tras una estrechez da acceso al sector X, ambas salas (de mayores dimensiones la segunda) con numerosas y variadas muestras de procesos endocársticos.
Traspasado el sector X, al E se observa una abertura que conecta con el sector VI. A partir de este momento (sector XI) la cavidad presenta un desarrollo lineal, a modo de corredor, hacia el W.SW, caracterizado por espacios no muy anchos pero sí de altura muy destacable. En la parte final del recorrido se encuentra, de nuevo, una sala de tendencia circular (sector XII) con numerosas formaciones, y que tras dos pequeños pozos se llega al sector final (XIII).
Objeto de continuas referencias y estudios, esta cavidad fue descubierta científicamente por H. Alcalde del Río en 1903. A él se deben las primeras excavaciones arqueológicas. Ese mismo año el propio H. Alcalde del Río descubre el conjunto de arte rupestre paleolítico que contiene el interior de la cueva.
El imponente yacimiento arqueológico y las innumerables muestras de arte atrajeron la atención de prehistoriadores europeos, de tal modo que a partir de 1910 el Instituto de Paleontología Humana de París, creado bajo los auspicios del Príncipe Alberto I de Mónaco, inicia unas excavaciones que duraron hasta 1914.
Las excavaciones, dirigidas por H. Obermaier, contaron con la colaboración de P. Wernert, J. Bouyssonie, P. Theilard de Chardin y H. Alcalde del Río. Además, apoyó los trabajos H. Breuil, quien años antes se dedicó, con H. Alcalde del Río, al estudio del arte rupestre, publicado en 1911 en la primera síntesis de arte paleolítico titulada Les Cavernes de la Région Cantabrique. Estos trabajos de campo, interrumpidos por el comienzo de la Primera Guerra Mundial, documentaron 18 m de niveles con ocupaciones humanas, iniciadas en el Paleolítico inferior y que alcanzan hasta momentos de la Edad Media, siendo las frecuentaciones correspondientes a los grupos de Homo neanderthalensis y de los primeros Homo sapiens las más significativas.
Los trabajos de campo centrados en el estudio del arte se retomaron en 1934 por un equipo de la Comisión de Investigaciones Paleontológicas y Prehistóricas dirigido por el Conde de la Vega del Sella, pero de nuevo una contienda bélica (Guerra Civil Española) condicionó la continuidad de los trabajos. Tras la Guerra Civil, ya en 1950, se realizan nuevas excavaciones en la cueva de El Castillo por parte de J. Carballo, director del Museo de Prehistoria y Arqueología de Cantabria. Pero no ha sido hasta fechas recientes que se emprendieron nuevos trabajos. Así V. Cabrera, tras revisar los materiales de las excavaciones de principios de siglo, retomó las excavaciones en los años 80 del siglo pasado junto a F. Bernaldo de Quirós, y hace escasos años M. Groenen inició la revisión del arte rupestre.
Las referencias sobre el arte rupestre de El Castillo son numerosas, si bien esta cavidad está a falta de una monografía actualizada que recoja los numerosos descubrimientos que se han venido haciendo y nuevas reflexiones sobre las manifestaciones artísticas. Entre los trabajos publicados cabe citar los de E. Ripoll Perelló, J. González Echegaray, M. A. García Guinea, A. Moure Romanillo, M. Múzquiz, R. González, M. Martínez Bea y M. Groenen.
Sin pretender ser exhaustivos, los materiales sedimentarios donde se desarrolla la cueva de El Castillo contienen evidencias de ocupaciones humanas desde hace al menos 150.000 años, distinguiéndose en ellas las diferentes fases del Paleolítico.
El yacimiento de la cueva de El Castillo ofrecía en 1903 un aspecto de cavidad colmatada de depósitos, por lo que la entrada se realizaba por una pequeña oquedad, entre bloques, a partir de la cual se encontraba un ligero talud que alcanzaba el fondo del vestíbulo.
El depósito se iniciaba con restos medievales y calcolíticos que enlazaban con inhumaciones humanas en el interior de la primera gran sala (sector II). Bajo ellos aparecía una capa aziliense, con arpones planos ovalados.
Tras una costra estalagmítica, aparecían evidencias de ocupaciones correspondientes al Magdaleniense superior con importantes evidencias de industria ósea, como la presencia de arpones de una y dos hileras de dientes, numerosas azagayas de sección circular y un bastón perforado con el grabado de un ciervo. Bajo estas ocupaciones se documentó un rico nivel del Magdaleniense inferior con numerosos objetos de arte mueble, como los omóplatos grabados con figuras mayoritariamente de ciervas (Almagro, 1976), cuyos paralelos más cercanos se encuentran en las paredes de la propia cueva. Se trata de una ocupación muy intensa debido a la elevada densidad de materiales óseos y pétreos. Por debajo se documentan evidencias de frecuentaciones humanas durante el Solutrense y niveles gravetienses, de los que destaca un canto con la figura de un animal, una de las evidencias más antiguas de arte mueble cantábrico.
Sin duda los niveles más importantes, por sus implicaciones científicas, son los correspondientes al Auriñaciense. Han sido datados entre el 40.000 y el 38.500 BP y constituyen una prueba de las primeras ocupaciones de Homo sapiens en Europa, a la vez que indican la existencia de una continuidad entre el Musteriense y las primeras industrias del Paleolítico superior, es decir, entre los últimos neandertales y los primeros Homo sapiens (Cabrera y Bernaldo, 1999). En estos niveles sus excavadores han documentado pequeños huesos y soportes pétreos con evidencias gráficas.
La secuencia Musteriense es muy amplia y comprende varios niveles que permiten el estudio de la variabilidad técnica y cultural de los Neandertales. Por último, y bajo una serie de capas estalagmíticas y de limos con restos de oso de las cavernas, aparecen industrias Achelenses, propias del Paleolítico inferior, que alcanzan la base del yacimiento.
La cueva de El Castillo es uno de los conjuntos de arte rupestre paleolítico más significativos de Europa. Su interior, con numerosos grabados, dibujos y pinturas, y excepcionalmente escultura con aprovechamiento de relieves naturales, representa una “monografía del arte rupestre paleolítico”, ya que contiene la casi totalidad de temas, técnicas y estilos artísticos ejecutados por los primeros Homo sapiens. Una muestra artística de al menos 20.000/18.000 años de comportamiento artístico y simbólico, así como de nuestra ancestral idiosincrasia y religiosidad.
Se puede decir que la práctica totalidad de las paredes de la cueva de El Castillo han sido antropizadas, objeto de intervención gráfica en una o varias fases del Paleolítico superior (en correspondencia con la amplia secuencia de ocupación humana reconocida en el vestíbulo), siendo por ello que se localizan figuras por todo el recorrido de la cavidad.
Recientemente se ha documento, en el frente rocoso del vestíbulo y muy cerca de la entrada del descubrimiento, una pequeña oquedad (denominada Cueva del Sapo) cuyas paredes conservan superficies de color violáceo.
A falta de un estudio definitivo, parece viable presuponer su correspondencia con actividades gráficas, si bien su localización en un ambiente exterior ha provocado el deficiente estado de conservación.
Alberga numerosos motivos animales. Las figuras, repartidas por diferentes espacios, se concentran principalmente sobre dos frisos. El primero de ellos, situado en la pared W.SW, destaca por albergar numerosas figuras estriadas, principalmente ciervas (varias decenas) y en diversos formatos métricos, características del Magdaleniense inferior y en clara correspondencia con las existentes en los omoplatos recuperados en el vestíbulo de la cueva y en otras cavidades como Altamira. Muchas de estas figuras se superponen entre sí dando la idea de intentos de representación del espacio “ambiental” (tridimensionalidad espacial). En este mismo frente se localizan otras figuras, como una figura de un ciervo con aprovechamiento del soporte, un probable caballo construido a base de puntuaciones, series o nubes de puntos, bastoncillos, una mano contorneada en rojo (de la que existen dudas sobre su autenticidad prehistórica) y, además, figuras de cronología post-paleolítica, antropomorfos.
Al N de este panel se desarrolla otro gran frente en un estado de conservación deficiente. Muy probablemente hubiera sido un panel muy importante dentro del sistema iconográfico de la cavidad, ya que se reconocen figuras de al menos tres momentos y debido a que la mayor parte de los motivos son pintados, con lo que el “poder” de atracción visual, en una zona de paso cercana a la entrada, hubo de ser muy significativo en la estructuración. Considerando las superposiciones, las primeras figuras corresponden a una forma rectangular rellena de color rojo y líneas rojas que muy probablemente correspondan a algún motivo animal. Posteriormente se trazaron figuras estriadas (entre las que destaca un conjunto excepcional de tres de ellas estrechamente vinculadas y parcialmente superpuestas), idénticas a las del friso contiguo. Por último se observan varias figuras negras de caballo y, al menos, un animal indeterminado con una estructura corporal muy geométrica.
En este sector las figuras animales son las más destacadas, especialmente la cierva en grabado y el caballo en pintura. Estos se complementan, además de con otros zoomorfos indeterminados, trazos, puntos y concentraciones de color rojo, con una forma de mano y algún signo “complejo”. El conjunto gráfico de este sector representa una dilatada cronología, con figuras rojas cuanto menos de un momento gravetiense hasta las figuras negras, propias de un Magdaleniense medio y/o superior.
Al poco de acceder, y en la parte inferior de un falso saliente calcificado, se documenta la cabeza de una cabra. Siguiendo, pero ahora en el techo de la cavidad, se grabaron diferentes animales, entre los que destacan una cabeza de cabra y un caballo, además de algún zoomorfo (uno de ellos pudiera corresponder a un uro) y varios trazos lineales. Más adelante destaca un panel con ciervos y ciervas cuya composición está basada en la superposición de las figuras, a modo de, probablemente, una representación naturalista y fotográfica de un conjunto de cérvidos.
Todos los motivos, al menos 12 zoomorfos, de este sector comparten el procedimiento de ejecución. Son grabados de contorno simple y surco ancho y profundo. Además se caracterizan por un trazado sumario del contorno y, en general, ausencia de atención por la anatomía secundaria.
Tradicionalmente se vinculan estas figuras a un momento gravetiense, si bien no cabría descartar la posibilidad de que el trazado se hubiera realizado en un momento algo posterior, en una fase antigua del Magdaleniense, en correspondencia, por ejemplo, con las pinturas negras de la vecina cueva de Las Chimeneas.
Este sector arranca con un frente oblicuo de pared completamente grabado. Entre el numeroso conjunto de líneas destacan animales, muchos de ellos parcialmente trazados o en algunos casos probablemente identificados, como cápridos, bóvidos y caballos.
Ya propiamente en el interior de la sala, y en ambas paredes, se suceden figuras grabadas y pintadas. En la pared SE destacan un gran ciervo en rojo, un animal (probablemente uro o cabra) que combina el trazado rojo y el aprovechamiento del relieve (la cabeza corresponde al soporte que se complementa con una oreja o cuerno pintado), un uro negro, un probable mamut grabado y una cabeza de cierva estriada, además de numerosas líneas grabadas (sobre todo en la parte anterior de la pared), si bien algunas pudieran corresponder a regiones anatómicas de zoomorfos.
Sobre la pared de enfrente (NW o derecha) destacan las figuras negras de caballos, cápridos y un posible (o tradicionalmente descrito como) felino, además de animales no determinados, en correspondencia con pequeñas figuras animales también existentes en la pared final de la pared opuesta.
Contrasta en este sector la variedad técnica, estilística y formal de las figuras de la pared SE frente a la tendencia de homogeneidad de las de la pared NW. En la primera parecería evidente reconocer una pequeña representación de motivos de varias fases, mientras que en la pared opuesta todo apunta a considerar que el conjunto figurativo se trazó en un momento, probablemente avanzado, del Magdaleniense.
Completan el dispositivo iconográfico numerosos trazos (algunos describibles como bastoncillos) y puntos (algunos de mayor tamaño susceptibles de ser descritos como discos).
Las representaciones son numerosas y se localizan principalmente en las paredes N y W. En primer lugar destaca el mal llamado “Panel de los Polícromos”, debido a que a inicios del siglo pasado se creyeron identificar bisontes polícromos a semejanza de los del Techo de Altamira. A pesar de tal incorrecta identificación, es uno de los “paneles claves” del arte rupestre paleolítico europeo debido a la superposición de figuras, habiendo servido de base a H. Breuil para la modelización de su secuencia de desarrollo crono-cultural y artística del arte parietal paleolítico.
De este panel destacan las figuras de manos en negativo (en torno a una decena) y casi una veintena de animales, además de algunos signos. Muy probablemente las manos sean los motivos más antiguos (a fechar entre hace 27.000 y 22.000 años a tenor de los datos aportados por otras cavidades). Seguirían en su realización las figuras rojas, de las que destacan en la parte izquierda del panel un caballo de gran tamaño al que se asocian al tronco 5 largas líneas violáceas a modo de clavas, un signo claviforme, una cabeza de uro (para algunos investigadores caballo), la representación parcial y superior de una cierva y un bisonte que combina el trazado en rojo de la región de la cabeza (con numerosos detalles anatómicos -ojo, tupé y cuenca orbitaria-) y anterior y el aprovechamiento del relieve para el resto del cuerpo. Ya propiamente en la parte central del panel destacan dos ciervas rojas completas y un signo oval. Sobre el conjunto rojo se dibujaron cuatro bisontes negros (algunos en complementariedad técnica de dibujo y grabado), datados tres de ellos en un lapso temporal corto (entre 13.500 y 13.000 BP) y el cuarto con fechas más recientes (una de ellas en torno a 12.400 y otras tres cercanas al 10.600 BP). Por último, y en la parte central del panel, destaca una pequeña oquedad del soporte cuyos contornos y la parte inferior e interior se colorearon en rojo, recordando una forma de vulva.
Descendiendo, y antes de llegar al siguiente panel y por la pared N, se pintaron manos negativas en rojo y numerosos discos rojos, algunos de ellos asociado y describiendo una forma circular. Completan el repertorio puntos y pequeños trazos rojos, a modo de bastones.
Llegando a la parte de cota más baja de esta sala, se desarrolla un espacio que progresivamente se va haciendo más bajo. Es el denominado “Panel de las Manos”, otro conjunto clave del arte rupestre paleolítico europeo. En correspondencia con su denominación, destacan las figuras de manos, en torno a una cuarentena de negativas rojas, algunas de ellas parcialmente concrecionadas o desdibujadas por el lavado de la superficie; son, probablemente, las composiciones más antiguas del panel.
Aún no siendo los motivos más destacados, los signos son los más numerosos: formas rectangulares trazadas mediante diferentes soluciones (entre otras, grabado, pintura roja o amarilla, tinta plana, relleno mediante líneas verticales, segmentado por eliminación de color, con apéndice y rematado con pequeñas trazos rectilíneos), triangulares o probablemente, más bien, elipsoidales, numerosos puntos y discos suman más de un centenar y medio de unidades gráficas.
Entre los motivos animales destacan al inicio del panel un bisonte parcialmente representado que muestra estrechos vínculos gráficos con los de Niaux, Covaciella, etc, ocho bisontes en color amarillo o rojizo en la parte central del panel, cuatro ciervas estriadas, dos ciervas de contorno simple, un cérvido acéfalo, una cabra grabada, un ciervo obtenido mediante frotado de la superficie, un ciervo rojo y numerosas líneas grabadas de difícil lectura (pudiendo corresponder alguna de ellas a regiones anatómicas de animales).
En la parte final y a la derecha, se localiza el llamado “Rincón de los Tectiformes”, un angosto espacio en el que se pintaron una docena de formas rectangulares o sub-rectangulares cuyo interior se resuelve mediante diferentes segmentaciones. Incluso algunas formas rectangulares se cruzan formando una especie de cruz. En este espacio se documentan algunos pequeños trazos y puntos, además de unos grabados claramente avanzados de un rebeco y bisontes (probablemente cuatro).
En la pared W de este sector, correspondiente a un largo pasillo que se inicia en la parte anterior del “Panel de las Manos” y alcanza hasta el sector VII, se localizan numerosas manifestaciones gráficas. Se documentan al menos diez figuras animales, entre las que destacan en su parte anterior ciervos y un bisonte (con la lengua fuera) grabados de estilo magdaleniense avanzado, un ciervo pintado en negro, un gran figura animal en negro, un grabado de una parcial representación de bisonte (probablemente en correspondencia temporal con los bisontes pintados del “Panel de las Manos”) y una cabeza de caballo o cierva pintada en rojo (ya en la parte posterior del corredor). Además se reconocen al menos cuatro manos rojas en negativo (por lo general mal conservadas), pequeños trazos rojos (algunos a modo de bastoncillos), puntos y discos (en algún caso asociados a un borde o saliente rocoso).
Se puede concluir que en este sector V están presentes figuras de varias fases y de por sí completan el acontecer artístico paleolítico, cuanto menos desde un momento gravetiense.
Frente al “Rincón de los Tectiformes”, y a la izquierda de la parte final del “Panel de las Manos”, se desarrolla un nuevo sector. Al inicio se observa a la derecha un caballo (con orejas muy largas que recuerdan los cuernos de un uro) cuyo contorno se realizó en color rojo y amarillo (lo que pudiera derivar en considerar la sincronía en la utilización de ambos colores) y en cuyo vientre se pintaron unas formas aflechadas a modo de clavas. Cerca de él se documenta un gran signo rojo rectangular que se apunta por los extremos, una parcial representación de bisonte pintado y grabado en cuyo interior pudiera existir una cabeza de uro. En la pared opuesta y en la parte anterior del acceso se distinguen signos elipsoidales en rojo y amarillo, y muy cerca, y en un saliente del soporte, un caballo en color amarillo y una cierva o cabra en rojo.
Adentrándose por la galería se documentan manos negativas en rojo (cuatro o cinco), nuevas formas ovales, numerosos puntos, líneas y discos (algunos violáceos), además de figuras animales como una cabeza de cabra grabada. En este sector se dataron (entre 19.140 y 16.980 BP) unas líneas negras que corresponden a una parcial representación de un posible caballo.
También conocida como la “Sala del bisonte en escultura”. Sobre una columna estalagmítica destaca, en respuesta a su denominación, un bisonte en posición rampante y en relieve realizado aprovechando la convexidad natural de la columna, que fue convenientemente retocada con pintura y grabado; en su interior se pintaron dos puntos rojos. En la misma columna se dibujó una cabra.
En torno a la columna y sobre las paredes o formaciones se documentan, entre otros motivos, un bisonte grabado del que se marca la zona de la barba, un caballo y un uro con la lengua fuera, las patas pintadas que corresponden a la proyección sobre la pared de la columna (a modo de figura humanoide) y unas líneas que pudieran corresponder a un signo rectangular. Por último, y sobre una formación, destacan cuatro ciervas estriadas y superpuestas, recordando composiciones del sector II.
Frente a la columna y en la pared derecha se localizan dos cabras pintadas en negro, dos ciervas grabadas, una cabeza de cierva en color violáceo oscuro, una parcial representación de una figura animal (posiblemente un uro) con el sexo destacado, una gran signo rectangular rojo con segmentaciones internas, pequeños trazos rojos y puntos o discos, en algunos casos asociados a bordes y salientes rocosos.
A la derecha de la columna del bisonte en escultura se desarrolla una pequeña sala elevada que contiene un interesante conjunto. Al inicio, y en la estrechez de la entrada, aparece en posición vertical una cabra pintada en negro y otra grabada en trazo simple, ambas al lado de unas posibles máscaras humanas donde se combina el grabado profundo con el relieve natural. Adentrándose, se grabaron en surco ancho y profundo un uro y dos ciervas, y ya al fondo y sobre un panel situado a la izquierda se pintaron una cabeza de un caballo, una cierva, un uro y animales indeterminados, todos ellos en formatos métricos grandes y en negro.
Dejando de lado los discos, puntos y líneas, de cronología poco definible, se documentan claramente las diferentes fases artísticas del Magdaleniense, desde las ciervas de omoplatos estriados hasta motivos de fases superiores o finales. Las pinturas negras y grabados de surco profundo referidos en el espacio de la sala elevada son más difíciles de caracterizar, pero bien pudieran corresponden a momentos anteriores, bien pre-Magdalenienses o incluso momentos muy antiguos del Magdaleniense.
Sector VIII
En este corredor, accesible desde el sector VII o desde el II, se localiza un destacado panel, el llamado “Panel de los campaniformes”, cinco formas acampanadas (algunas de ellas con un trazo central que divide en dos el signo cerrado) rojas, un motivo lineal negro (paralelizable con las formas arboriformes o ramiformes) y un caballo rojo (de distinta tonalidad que los campaniformes).
Ascendiendo (según se accede desde el sector VII), y en ambas paredes, se grabaron varios animales en contorno simple, como ciervos, cápridos, ciervas y un posible rebeco. Además se documentan algunos puntos, pequeños trazos y discos rojos.
Si bien no está en discusión la cronología magdaleniense (medio-superior) de los grabados, los signos campaniformes y el ramiforme han sido y son objeto de discusión. A pesar de que una mayoría de los investigadores suelen referirse a fechas pre-Magdalenienses, una valoración en conjunto del sector y los paralelos que pueden extraerse de la cueva de Niaux augurarían un trazado en un momento del Magdaleniense.
A pesar de que en la actualidad se accede por debajo de un falso techo estalagmítico, el paso original se haría por la parte superior, en cuyo inicio se localizan dos, o incluso tres, figuras de bisontes negros del llamado estilo pirenaico magdaleniense. Siguiendo, y en general en un estado de conservación muy deficiente, se observan (o mejor se observaban) figuras negras de caballos y cabras principalmente, si bien también algún uro.
Descendida la subida se llega a la cota de la sala donde hay un pequeño recodo o recoveco. Justo antes de entrar, y en un lugar escondido, se localiza un pequeño caballo en tinta plana negro, y ya en el interior un signo rectangular negro con divisiones internas, la parte anterior de una cabra y una máscara de uro. Esta última composición es de las más destacadas de la cueva, ya que sobre un soporte rocoso en forma de cabeza de uro se pintaron en negro el ojo (un pequeño círculo) y un orificio nasal (un pequeño trazo). Esta última composición de marcado carácter escultórico recuerda composiciones de Niaux o las más cercanas de La Garma y Altamira.
Más al interior aparece una rara figura parcialmente cubierta de calcita que pudiera corresponder a un caballo mal proporcionado debido al “encaje al soporte” que hubo de condicionar al artista.
Traspasado un estrechamiento y a mano izquierda, la cueva desarrolla un entrante donde se identifican, además de nubes o series de puntos violáceos, un caballo negro que combina la pintura negra (para la mitad posterior) y el aprovechamiento del relieve (para la mitad anterior) y líneas rojas (alguna de ellas muy probablemente correspondiente a figuras animales -pudiera apreciarse una figura de cabra-).
En la parte inferior de esta sala se reconocen algunos grabados (alguno probablemente antiguo), como un caballo de surco ancho y profundo y algún animal indeterminado.
Por último, destacan cinco motivos de cabra del Magdaleniense superior en un sector muy elevado y escondido de la sala, al que se puede acceder desde el sector anterior.
Se trata, en general, de un sector poco antropizado y con muestras variadas, cronológicamente, de arte.
Corresponde a la denominada “Galería de los Discos”, que se inicia, tras la conexión con el sector VI, con una cabeza de uro y el cuarto trasero de un cérvido, ambos en rojo. Nada más tomar iniciar el trazado rectilíneo de la galería o corredor, en la pared derecha se suceden numerosos discos rojos en hileras o formando series no regulares. En un primer tramo, con más de 100 discos, se documentan, además, una forma de aspa y líneas curvilíneas. Tras esta primera gran composición aparece un pequeño panel con dos formas de rombos (para algunos investigadores peces) y una, y la última, mano en negativo (ligeramente más grácil y pequeña que el resto).
A partir de ahora los motivos están más dispersos, apareciendo un mamut en rojo (probablemente una cría a raíz de su proporcionalidad anatómica), cabras grabadas y en una columna, de nuevo, discos.
En reiteración con lo visto en el anterior sector, este espacio alberga exclusivamente discos localizados en columnas estalagmíticas sobre la pared. En disposición seriada vertical, suman en torno a unos 80.
Se trata del sector más desconocido y menos estudiado. A falta de un estudio preciso se documenta el grabado (mediante tres líneas paralelas de contorno) de una gran cabeza de cérvido, dos caballos grabados sobre la arcilla y macarronis.
El dispositivo iconográfico de la cueva de El Castillo representa el acontecer gráfico de los grupos cazadores-recolectores-pescadores del Paleolítico superior, un conjunto que contiene, al menos, 18.000 años de Historia cultural.
A falta de un estudio actualizado y dejando de lado concentraciones de color de difícil interpretación formal, el corpus temático se compone de signos (siendo el componente más numeroso, casi tres cuartas partes), animales y referencias a lo humano (mediante las manos negativas rojas, en torno a 60).
Entre los motivos animales destacan, por su importancia numérica, y tras las figuras indeterminadas, las ciervas, bisontes, caballos, ciervos, cabras, uros, rebecos, máscaras y mamut, así como, sin poder precisar, los cérvidos, bóvidos y cápridos.
Entre los signos destacan más de 50 “complejos” (rectangulares, ovales, campaniformes, ramiformes, etc.) y numerosos discos (casi un centenar), nubes de puntos, puntos aislados y numerosas líneas, algunas de ellas asociadas formando grupos.
Las técnicas son variadas. Las manos realizadas mediante soplado y en color rojo. Se utiliza la técnica del lapicero a carbón vegetal para las figuras en negro, ya que sólo parece probable el uso del manganeso en una figura. La tinta plana sólo se documenta en una figura en negro. El color máse utilizado es el rojo, que fue aplicado mediante pinceles, siendo muy inusual el trazo punteado. El grabado es diverso: trazo simple ancho y profundo o fino, de contorno múltiple o de interiores estriados.
Destacan en esta cavidad los aprovechamientos de los relieves naturales, en unos casos para completar figuras y en otros (como la máscara de uro) para definir la estructura general del motivo.
Cronológicamente, y como se ha apuntado, están representadas la mayor parte de las fases crono-culturales y artísticas del Paleolítico superior, no pudiéndose asegurar, hoy en día, que existan figuras anteriores a fechas a 27.000 años (en correspondencia con las manos). Probablemente las fases más representadas durante las que se decoró la cavidad corresponden al Gravetienese medio-final, Magdaleniense inferior y Magdaleniense superior.
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